Real Madrid: Si el Bernabéu pita dos partidos seguidos, Ancelotti peligra
Inimaginable. Cómo de mal lo vería la gente, que comenzó a desfilar hacia su casa cuando todavía quedaban algunos minutos por jugarse.Con 1-3, sí, pero en el Bernabéu y en noche europea. El peor síntoma. Si el público madridista, que ha presenciado milagros impensables para el común de los mortales, ya no cree en las remontadas en la Champions, el diagnóstico sólo puede ser uno: este Madrid ha tocado fondo.
Después de naufragar de forma conse
en los que ha marcado un raquítico tanto de penalti, después de encajar nueve goles en los tres últimos partidos en casa, después de perder tres de los seis últimos y después de mostrar una falta de fútbol, de ideas, de físico, de intensidad y de actitud alarmante, no hay medias tintas: queda declarado oficialmente el estado de crisis en el campeón de Europa.Hay quien piensa que la cosa todavía puede ir a peor, recordando que la siguiente cita es ni más ni menos que en Anfield ante un Liverpool con dos cuentas (Champions) pendientes. Se equivocan. Da igual quién tenga enfrente porque el problema lo tiene el Madrid consigo mismo, no con sus rivales. Cualquier equipo se planta con una facilidad insultante frente al área de Lunin ante la pasividad de los centrocampistas, superados por apáticos pero también por culpa de la dejadez de Mbappé y Vinicius en labores defensivas. Lo hizo en repetidas ocasiones un Milan bastante normalito a excepción de Leao, muy de andar por Italia.
Las pitadas con que su afición les despidió durante y al final del partido por una parte dan testimonio de la gravedad del momento, y por la otra colocan a Ancelotti en la diana. Porque ese, el sentir de los socios, su evidente descontento, es el baremo por el que Florentino Pérez se guía a la hora de decidir sobre la continuidad de sus entrenadores, por encima incluso de los resultados adversos. Y da la impresión de que a esos aficionados les molesta tanto la apatía y falta de acierto de Mbappé, Vinicius, Bellingham y compañía como el empecinamiento del técnico en encomendarse a ellos y negarles la oportunidad que Guler y Endrick merecen ante el desacierto de los titularísimos.