Cómo la hambruna israelí en Gaza está afectando a los palestinos en otros lugares | Conflicto Israel-Palestina

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La guerra israelí contra Gaza se ha manifestado en una variedad de formas brutales y la más insidiosa y devastadora de ellas ha sido la utilización del hambre como arma. El 9 de octubre de 2023, el Ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, anunció que “no se permitirá la entrada de electricidad, alimentos ni combustible” a Gaza. La justificación fue que Israel “está luchando contra animales humanos”.

Dos semanas después, el miembro de la Knesset Tally Gotliv declaró: “Sin hambre y sed entre la población de Gaza… no podremos sobornar a la gente con comida, bebida y medicinas para obtener inteligencia”.

Durante los meses siguientes, Israel no sólo obstruyó la entrega de ayuda a los palestinos en Gaza, sino que también atacó y destruyó infraestructuras de producción de alimentos, incluidos campos de cultivo, panaderías, molinos y tiendas de alimentos.

Esta estrategia deliberada, destinada a subyugar y quebrantar el espíritu del pueblo palestino, se ha cobrado innumerables víctimas en Gaza, muchas de ellas bebés y niños pequeños. Pero también ha tenido profundas consecuencias para los palestinos en otros lugares.

Como profesional de la salud mental, he sido testigo de primera mano del costo psicológico y físico que este castigo colectivo ha tenido en las personas en la Jerusalén Oriental ocupada y en la Cisjordania ocupada. He observado a jóvenes palestinos que están desarrollando relaciones complicadas con la comida, sus cuerpos y su identidad social y nacional en respuesta a los horrores que presencian y escuchan a diario.

La curación requeriría una intervención mucho más compleja que aborde no sólo el trauma político e histórico individual sino también el de toda la sociedad.

Trauma producido política y socialmente

Para comprender el efecto del hambre armada, es esencial considerar el marco social y psicológico más amplio dentro del cual ocurre. Ignacio Martín-Baró, figura destacada de la psicología de la liberación, postuló que el trauma se produce socialmente. Esto significa que el trauma no es simplemente una experiencia individual, sino que está arraigado y exacerbado por las condiciones y estructuras sociales que rodean al individuo.

En Gaza, las estructuras traumatógenas incluyen el asedio actual, la agresión genocida y la privación deliberada de recursos esenciales como alimentos, agua y medicinas. El trauma que provocan se ve agravado por la memoria colectiva del sufrimiento durante la Nakba (la limpieza étnica masiva de palestinos en 1947-8) y el continuo desplazamiento y la opresión sistémica de la ocupación. En este entorno, el trauma no es sólo una experiencia personal sino una realidad colectiva, social y políticamente arraigada.

Aunque los palestinos fuera de Gaza no están experimentando directamente la violencia genocida desatada por Israel allí, han estado expuestos diariamente a imágenes e historias desgarradoras al respecto. Ha sido particularmente traumático presenciar la hambruna implacable y sistemática de los residentes de Gaza.

A las pocas semanas de la declaración de Gallant, la escasez de alimentos comenzó a sentirse en Gaza. En enero, los precios de los alimentos se dispararon, especialmente en el norte de Gaza, donde un colega me dijo que pagó 200 dólares por una calabaza. Aproximadamente en ese momento, comenzaron a surgir informes de que los palestinos se veían obligados a mezclar forraje para animales y harina para hacer pan. En febrero, las primeras imágenes de bebés y niños pequeños palestinos muriendo por desnutrición inundaron las redes sociales.

En marzo, UNICEF informaba que 1 de cada 3 niños menores de 2 años padecía desnutrición aguda en el norte de Gaza. En abril, Oxfam estimaba que la ingesta media de alimentos de los palestinos en el norte de Gaza no superaba las 245 calorías al día, o sólo el 12 por ciento del requerimiento diario. Aproximadamente en ese momento, el Ministerio de Salud palestino anunció que 32 palestinos, entre ellos 28 niños, habían muerto de hambre, aunque la verdadera cifra de muertos probablemente era mucho mayor.

También circulaban historias de palestinos asesinados a tiros mientras esperaban que se distribuyera ayuda alimentaria, o de ahogarse en el mar mientras corrían tras los lanzamientos de alimentos desde el aire por parte de gobiernos que habían respaldado la guerra israelí en Gaza.

En una carta publicada en la revista médica The Lancet el 22 de abril, el Dr. Abdullah al-Jamal, el único psiquiatra que queda en el norte de Gaza, escribió que la atención de salud mental había quedado completamente devastada. Y añadió: “Los mayores problemas actuales en Gaza, especialmente en el norte, son el hambre y la falta de seguridad. La policía no puede operar porque es inmediatamente atacada por aviones no tripulados y aviones espía en su intento de establecer el orden. Bandas armadas que cooperan de alguna manera con las fuerzas israelíes controlan la distribución y los precios de los productos alimenticios y farmacéuticos que ingresan a Gaza como ayuda, incluidos los que se lanzan con paracaídas. Algunos productos alimenticios, como la harina, han duplicado su precio muchas veces, lo que agrava la crisis de la población aquí”.

Casos clínicos de trauma por inanición.

La hambruna israelí en Gaza ha tenido efectos psicológicos y físicos en las comunidades palestinas. En mi práctica clínica, me he encontrado con varios casos en la Jerusalén Oriental ocupada y en la Cisjordania ocupada que ilustran cómo el trauma del hambre en Gaza se refleja en las vidas de los jóvenes palestinos lejos de la zona del conflicto. Éstos son algunos de ellos.

Ali, un joven de 17 años de Cisjordania, experimentó cambios en su comportamiento alimentario y perdió 8 kg (17 libras) en dos meses después de la detención de su amigo por las fuerzas israelíes. A pesar de la importante pérdida de peso, negó sentirse triste e insistió en que “la prisión hace a los hombres”. Sin embargo, pudo expresar más abiertamente su enojo por las condiciones en Gaza, y sus patrones de sueño alterados sugirieron un profundo impacto psicológico. “No puedo dejar de ver los bombardeos y el hambre en Gaza, me siento muy impotente”. La pérdida de apetito de Ali es una manifestación de su ira y dolor internalizados, lo que refleja el trauma social más amplio que lo ha envuelto.

Salma, con sólo 11 años, ha estado acumulando latas de comida, botellas de agua y frijoles secos en su dormitorio. Ha dicho que se está “preparando para un genocidio” en Cisjordania. El padre de Salma informó que ella se pone “histérica” cuando él trae a casa alimentos caros como carne o fruta. Su disminución gradual en la ingesta de alimentos y su negativa a comer, que se exacerbó durante el mes de Ramadán, revelan un profundo sentimiento de ansiedad y culpa por la hambruna de los niños en Gaza. El caso de Salma ilustra cómo el trauma del hambre, incluso cuando se experimenta indirectamente, puede alterar profundamente la relación de un niño con la comida y su sentido de seguridad en el mundo.

Layla, una niña de 13 años, presenta una misteriosa incapacidad para comer, describiendo una sensación de que “algo en mi garganta me impide comer; hay una espina que bloquea mi garganta”. A pesar de extensos exámenes médicos, no se ha encontrado ninguna causa física. Una discusión más profunda reveló que el padre de Layla fue arrestado por las fuerzas israelíes y ella no ha vuelto a saber nada de él desde entonces. La incapacidad de Layla para comer es una respuesta psicosomática al trauma de la detención de su padre y su conciencia del hambre, la tortura y la violencia sexual infligidas a los prisioneros políticos palestinos. También se vio profundamente afectada por los informes sobre el hambre y la violencia en Gaza, estableciendo paralelismos entre el sufrimiento en Gaza y el destino incierto de su padre, que amplificó sus síntomas psicosomáticos.

Riham, una joven de 15 años, ha desarrollado vómitos involuntarios repetitivos y un profundo disgusto por la comida, especialmente la carne. Su familia tiene antecedentes de obesidad y gastrectomía, pero ella ha negado cualquier preocupación sobre su imagen corporal. Ella atribuye sus vómitos a las imágenes de sangre y desmembramiento de personas en Gaza que ha visto. Con el tiempo, su aversión se ha extendido a los alimentos a base de harina, impulsada por el temor de que puedan mezclarse con forraje para animales. Aunque entiende que esto no sucede donde ella está, su estómago rechaza la comida cuando intenta comer.

Un llamado a la acción

Las historias de Ali, Salma, Layla y Riham no son casos clásicos de trastornos alimentarios. Yo los agruparía como casos de trastornos alimentarios debido a un trauma político y social sin precedentes en el contexto de Gaza y del territorio palestino en su conjunto.

Estos niños no son sólo pacientes con problemas psicológicos únicos. Sufren los efectos de un entorno traumatógeno creado por la violencia colonial en curso, el uso del hambre como arma y las estructuras políticas que perpetúan estas condiciones.

Como profesionales de la salud mental, es nuestra responsabilidad no sólo tratar los síntomas que presentan estos pacientes sino también abordar las raíces políticas de su trauma. Esto requiere un enfoque holístico que considere el contexto sociopolítico más amplio en el que viven estos individuos.

El apoyo psicosocial debe empoderar a los sobrevivientes, restaurar la dignidad y abordar las necesidades básicas, para que comprendan la interacción de las condiciones opresivas y su vulnerabilidad y sientan que no están solos. Las intervenciones comunitarias deben llevarse a cabo fomentando espacios seguros para que las personas procesen sus emociones, participen en narraciones colectivas y reconstruyan una sensación de control.

Los profesionales de la salud mental en Palestina deben adoptar un marco de psicología de la liberación, integrando el trabajo terapéutico con el apoyo comunitario, la defensa pública y las intervenciones estructurales. Esto incluye abordar las injusticias, desafiar las narrativas que normalizan la violencia y participar en los esfuerzos para poner fin al asedio y la ocupación. La defensa por parte de los profesionales de la salud mental brinda validación a los pacientes, reduce el aislamiento y fomenta la esperanza al demostrar solidaridad.

Sólo mediante un enfoque tan integral podemos esperar sanar las heridas de los individuos y de la comunidad.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la postura editorial de Al Jazeera.

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